“No hay nada más
paciente en este mundo que la vida misma”
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Bajaba por la
calle achuchando el poco ánimo que le quedaba.
Una mirada, un
saludo levantando la mano, sin pausa, pues las conversaciones en un mundo de
mudos, sirven de poco.
¿Distracción?...
Poca y mucha,
poca, la monotonía de lo que veía a diario, ésta, siempre repetitiva, como si
se hubiese clonado el tiempo, una y otra vez.
Mucha, ésta había
pertenecido a otra época, a otra vida muy diferente.
Corría ese turno
en el cual los árboles desnudan sus almas sabedoras de que pronto les tocará
irse a dormir, sin temor, con esa rutina bien conocida esperan pacientes.
Bajaba por la
calle achuchando el poco ánimo que le quedaba, arropado por el frío de la
madrugada y rodeado de belleza, inmensa, atiborrada de vida.
Un saludo
levantando la mano, acompañado de esa mirada, mirada de amistad, mirada de
complicidad…
de recuerdos.
Quién sabe.
Es el momento,
simple, amable, sin tapujos y lejos de cualquier preocupación inventada para
distorsionar lo que no se ve.
Qué bonito es lo
que no se puede ver, y no sé por qué, esto fue lo que divagó, imaginó que
escribía poemas que nadie entendería y le daba igual. Pensaba que poco a poco
el sigilo perdía ese tren de una confianza que presenta cada madrugada.
Ahora comenzaba a
entender y sentía más que nunca aquel adiós, el cual quedó tras la puerta del
amor y de un sentimiento de temor, por perder, por una llama que poco a poco se
apagaba.
Y se marchó… Pero volvió
para sentirse de nuevo arropado por ella, por su frescura, por su amabilidad…
porque da la vida y porque todos somos sabedores que al final de la calle,
nos encontraremos
y nuevamente seremos uno.
© Jesús Roqueta 2015 ©
© Jesús Roqueta 2015 ©