Por aquí templado y frío observan gratificantes los unos y los otros, mas afortunados y menos en su medida cual sea esta. Tengo la complicidad del saber y a la vez soy el guardián de secretos, pero siempre con la libertad de expresar un sentimiento, bien por los afortunados o templados o por los fríos que observan a través de mi alma. Sean cuales sean estos, mi deber es proteger con mi fina vida a los unos de los otros, sin saber bien el por qué.
Triste, emocionante, hasta mi ser llegan con caricias y besos, alegrando sus caras al saber que mi alma es transparente dejando ver las pasiones de mi interior. Por otra parte, observado doy el aspecto de la realidad, esa que se deja tocar sin trampa que valga, pues soy transparente y dejo que cada uno exprese su libertad como un sentimiento, aunque de vez en cuando me partan el alma en mil pedazos. Al fin y al cabo ser el guardián de secretos que expresan la libertad de los sentimientos, no es tarea fácil, pero si gratificante.
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Sólo pienso en el enorme helado que me comeré cuando llegue a casa, nada me perturba, ni tan siquiera esa lata en el suelo a la cual le perdono la vida, porque quiero llegar a casa y que mi madre vea que estoy perfecto, porque solo así seré merecedor de ese premio tan deseado para mi, todo lo demás está bien, incluso el agujero que llevo en la rodilla del pantalón, -creo que ya estaba-. Tengo prisa por llegar, pero siempre hago un alto cuando paso por la cafetería, me gusta observar a través de la vidriera los dulces que muestran tras el enorme mostrador, en alguna ocasión, -María- que es la dependienta, me regala alguno porque somos amigos, de esos de verdad, yo le doy las gracias y le dedico una sonrisa, pero hoy como estoy tan contento, le voy a regalar sin nada a cambio, mi sonrisa. Que ganas tengo de llegar a casa y abrazar a mi mamá, -¡ah sí!- y de comerme el helado.
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Aquí encerrado en estas cuatro paredes, tengo la sensación cómoda de tener una libertad absoluta, al no saber como expresar el sentimiento de lo que sucede fuera, por extraño que parezca.
En la calle la gente va y viene de sitios distintos, en común o simplemente pasean, pero la percepción de agobio estresante es obvio, -luego lo llaman responsabilidad o estrés-.
Solo un detalle de paz y tranquilidad. Un niño de grandes ojos se para frente a la cristalera de la cafetería, me mira con sus enormes faros marrones, sonríe, se da la vuelta y marcha calle abajo dando pequeños saltos. -Cosas de la felicidad infantil-.
Noto una presencia, la responsabilidad nuevamente en forma de dependienta, con suave voz me pregunta amablemente, -va a tomar algo más-, mientras va recogiendo sobre su bandeja los restos de alguna batalla contigua. Me conoce de hace algún tiempo y sabe que siempre tomo dos, pero es prudente, tiene experiencia, por eso pregunta, es sabedora de que la gente cambia de hábitos de la noche al día. "Ella con sus cosas y yo con las mías y en común, ese café".
-¡Vaya por Dios!-
Ahora la alegría de la calle se transforma. -Nunca llueve a gusto de todos, que se le va hacer-. Y yo sin protección, así que toca esperar frente a esta cristalera entre las cuatro paredes, viendo pasar responsabilidades y alegrías que van y vienen, mientras me pregunto: -¿como será una vida plena?-. Mientras, tomo anotaciones en mi libreta con tapas doradas.
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© Jesús Roqueta 2015 ©