Todo en idéntica materia y como una burbuja formada de un componente inagotable, repleta de esplendor en su ahora relajante viaje tras el aliento vertiginoso de un orden predeterminado, caminaba incesante, hasta situarse en un punto estratégico para su inteligente formación, llenando el espacio ocupado por la apariencia y avivando de este modo el manto oscuro de un destierro ahora próximo, para poder dar cavidad a distintos entes sin desplazar los ciertos y hallados en su origen más puro, esos que no se pueden apreciar, pero que están…
Rezumbaba la vida sin tan siquiera haber tocado el suelo, tras un letargo inimaginable de suspenso, el cual era imposible de detectar por un espécimen escueto como el que ahora arrendaba aquel fantástico mundo, ya que solo los verdaderos y sinceros arrebujes arraigados por siempre, los de origen, eran capaces de tal virtud extraordinaria. No bastaba con ese don, prodigio congénito, pues naturaleza y forma, era uno, hasta el punto tal de no saber distinguir quién procuró a quién. Dueños de luz y sombra, trepando sin cesar desde lo más profundo de las entrañas, hasta el máximo esplendor de la vida, en un constante ir y venir por ese sendero tan temido por todos los no pertenecientes al reino.
Solo esa forma de savia idolatrada, era capaz de interpretar el verdadero significado de una belleza inmortal, algo superior, algo necesario en ese ciclo vital, todo lo demás, llegó después.
(…)
Había caído el rey y la oscuridad iba acogiendo todo aquello tras el manto dorado que poco a poco se alejaba por el horizonte. Afanados, los últimos lugareños desprendían prisa para poder refugiarse tras las enormes murallas de la cuidad, pues era el único lugar donde habían sobrevivido en el paso los tiempos y hasta ese justo momento, a todas y cada una de las noches, pues una maldición erradicaba en todos y cada uno de aquellos insignificantes seres.
© Jesús Roqueta 2015 ©